No recuerdo donde
leí, vi o escuché hace no mucho tiempo una metáfora que ejemplificaba la
reacción de una persona optimista y otra pesimista ante la misma situación.
Imagínate una oficina de un banco, con sus ventanillas, sus mesas, su cinta
amarilla descolorida en el suelo para que esperes tu turno detrás de ella y sus
carteles con eufemismos donde a mayor tamaño de letra, mayor encubrimiento de
la realidad. Entonces entra un atracador (de los de las pelis, con pasamontañas
negro y pistola en alto), grita ¡esto es un atraco, mecagüentó! y dispara una vez para asustar al personal. Esa única bala disparada pasa rozando junto
al brazo izquierdo de una persona y solo le causa una leve herida. Pues bien,
decía el señor o señora que contaba esto (aviso de que no estoy siendo muy literal al
citarlo) que una persona pesimista centraría sus pensamientos en torno a la
idea de “qué mala suerte he tenido, que con toda la gente que había en el
banco, me ha tenido que tocar a mí”, mientras que un optimista entendería sin proponérselo que “por un par de centímetros pudo haberme matado,
pero por suerte la bala pasó rozando y solo tengo una pequeña herida”. Este
ejemplo (estoy empezando a recordar que quizás fuera de Elsa Punset...) se
ha quedado grabado en mi mente y me parece que ejemplifica bastante bien esos
dos polos en la comprensión del mundo que son el optimismo y el pesimismo.
A mí lo que me pasa es que tengo un optimismo patológico que me vino incorporado
de serie al nacer pero con el que a veces me peleo. Digo yo que no solo
hay vasos medio llenos y medio vacíos, sino que hay muchas personas con un
vaso medio lleno que no tienen sed, o que creen que merecerían tener un vaso más
grande, o que tienen sed pero se han obsesionado con no gastar más agua; y
otros con el vaso medio vacío que están muy a gustito porque tampoco necesitan
más agua, si lo que les gusta es la coca cola, o que les parece que solo tienen
medio vaso pero peor está el de al lado que encima tiene el vaso sucio. Con
esta cristalería metafórica quiero referirme a la gente que oigo decir a diario
“yo es que soy muy pesimista” y luego los veo yo tan ricamente afrontando todo
porque tienen más asumido que yo que lo malo también forma parte de la vida.
Considero que mi optimismo es patológico porque tiendo a pensar que la vida es
maravillosa y que cada bala que pasa rozando, cada vaso sucio, o cada cielo
nublado nos restan un poquito de felicidad. Por decirlo de otra manera, me
molesta enormemente que la realidad me estropee mi visión vasollenística del
mundo. Si tengo gripe, siento que me han robado un par de días que podían haber
sido estupendos y que nunca volverán. Ahí envidio al que decidió salir a la
calle con los clínex en la mano y quejándose de tanto moco pero que hizo algo por
tener un buen día.
Que digo yo que lo mismo
la vida está llena de caramelos, bombones y gominolas y a veces el chocolate es
el que no nos deja disfrutar de los dulces. Que habrá que aceptar que el reloj
y las trampas forman parte del juego y lo hacen más divertido, que sin ellos
estaríamos rodeados de golosinas aburridas (con las bombas no se me
ocurren ejemplos tan aplicables a la vida real. La niña me parece muy
repelente pero para lo poco que sale tampoco nos impide disfrutar del juego, y como ella hay mucha gente). Que a los amigos se les puede pedir una vida o ayuda para pasar a la siguiente fase. Que el chicle puede estar bueno pero tampoco hay que dejar que nos atasque mucho tiempo. Que
lo mismo nos estamos agobiando con tanto azúcar y las balas solo nos pasan
rozando.
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