domingo, 16 de marzo de 2014

Last call for passengers

Siempre me ha hecho gracia la expresión vivir a caballo, porque dicho así parece que vas a lomos de un caballo, con una manta sobre los hombros, y que tu vida se reparte entre el tiempo que pasas en la ciudad A, la ciudad B y las horas con el caballo. Normalmente se la aplicamos a cosas menos caballibles, como muy de supermodelo que vive entre París y Nueva York, se maquilla sin espejo en el asiento de atrás del taxi y confiesa que solo viaja con una buena crema desmaquillante y el cargador del iPhone. Si vives en Fuenlabrada  y recorres todos los días 180 kilómetros para ir a trabajar a Tomelloso, sería muy vanidoso usar esa expresión y simplemente dirías que te pasas la vida del tingo al tango.

En mi caso no sé si vivo a caballo, si compagino mi amor por tingo y por tango, o es que tengo una vida muy complicada, un director de tesis en cada puerto y un conflicto interno entre la nostalgia y la independencia.  Mi sueño sería poder recorrer el camino entre mis dos casas en coche, tener el maletero siempre cargado de ropa y libros e ir conduciendo de un lado a otro. ¿Ventajas? Seguramente ninguna, el camino sería mucho más largo y agotador, no sé si me saldría rentable el gasto en gasolina y me perdería el ritual de poner los "recipientes conteniendo líquidos" en una bandeja en el aeropuerto. Me perdería el uso del gerundio en la megafonía aeroportuaria, que es una de las cosas que más risas me despierta en la vida, junto al camarero del Starbucks del aeropuerto ("this is tea... se lo puede tomar que de eso no se va a morir") y a las azafatas que te dicen "señores pasajeros, bienvenidos a Gran Canaria" aunque hayan venido en el mismo avión que tú todo el rato. 

La ventaja que le encuentro yo a recorrer distancias en coche, o en caballo, es ser consciente del camino andado. Quieras que no, tardas un rato en llegar (a una isla ni te cuento) y te vas haciendo a la idea de te estás alejando de un sitio y acercando al otro. En avión puedo llegar físicamente en dos horas y media pero mi mente viene en un caballo lento y viejo que llega cuatro días más tarde. Por eso me cuesta llegar y me cuesta irme y al mismo tiempo siempre estoy a gusto donde estoy y odio hacer las maletas. Si de verdad viviera a caballo quizás podría lograr que mi cuerpo y mi mente llegaran al mismo tiempo, cansados del camino, notando como se desprende la nostalgia a medida que aumentan las ganas de llegar. Entiéndase que por cuerpo me refiero a todo el cuerpo salvo el inmenso pedazo de corazón que dejo atrás.

Cómo habría sido Campos de Castilla si en lugar de olmos y robles Machado hubiera tenido que separar los recipientes conteniendo líquidos y los dispositivos electrónicos...




(A dos besos en septiembre, dos futuros que vendrán)

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