martes, 10 de noviembre de 2015

La mañana violeta


            Pocas ideologías deben de haber tenido una campaña de desprestigio como la que ha tenido el feminismo. Hasta hace no muchos años yo era de las que decía que “no me consideraba feminista”, que “creía en la igualdad” y que la violencia “me parecía mal viniera de donde viniera”. Porque (al igual que otras muchas personas que siguen pensando así) identificaba la palabra feminismo con una supuesta superioridad femenina o con una reivindicación —la del sufragio femenino, la del divorcio o el aborto— que pertenecía a generaciones anteriores a la mía. Ya ves tú. Fue una amiga socióloga la que por suerte me abrió los ojos y me hizo ver que claro que soy feminista: lo soy porque creo en un sistema más justo que el tradicional sistema patriarcal que nos ha subordinado a los hombres y que nos ha impuesto unas exigencias distintas a unos y a otras. Porque el feminismo es una ideología de la igualdad que no está hecha para otorgar privilegios a las mujeres, sino para reivindicar la equidad laboral, salarial o sexual, y también para dejar a los hombres que se muestren vulnerables, llorones, hogareños o coquetos si es eso lo que les apetece.

            Unas 200.000 personas deben de haber tenido la suerte de contar con alguien  que les abriera los ojos (no creo que mi amiga socióloga haya tenido tiempo de habérselo explicado a todos) ante lo que la violencia patriarcal y machista supone en nuestra sociedad: en lo que va de año han sido asesinadas más de 40 mujeres a manos de sus parejas o exparejas, y otras miles sufren la violencia psíquica o física en su vida cotidiana, y otras miles o millones creen que no han sufrido nunca esta violencia pero han incorporado a su vida el miedo a caminar sola por las calles de noche, el no llevarle la contraria a los hombres de su entorno, el aceptar que se eduque de manera diferente a niños y a niñas, el lavarles la ropa a sus hermanos varones, el no ponerse ropa que sus novios consideren que muestra demasiada piel, o el soportar que —ante un éxito profesional o académico— alguien dude de los métodos empleados para conseguirlo.

            No sé cómo hemos tardado tanto tiempo en encontrarnos, en unirnos todas, para celebrar lo que hayamos conseguido en esta lucha pero, sobre todo, para reclamar lo que aún nos falta. Unos 400 colectivos feministas llegaron desde todos los puntos de España para recorrer juntos la Gran Vía. Me encanta que las más jóvenes asistan a concentraciones feministas, aunque eso signifique que aún perciben la discriminación; pero me conmueve encontrarme con las mayores, las que llevan saliendo a la calle desde la Transición, que siguen aún dando la cara por todas. Y me emociona que los hombres se unan a la concentración, porque tenían la opción de quedarse en sus casas y acomodarse a esa ideología neomachista del “¿por qué nos hacen sentir mal a todos los hombres?”, y sin embargo han optado por salir a la calle a dejar bien claro de parte de quién están.

        Los canarios que vivimos en Madrid —seguro que muchos me entienden— tenemos esa compulsiva costumbre de entablar conversación con cualquier otro canario que pase por la capital, aunque los acabemos de conocer, porque nos huelen a mar y a casa. Porque tienen nuestro humor y nuestra manera de querernos. Los madrileños también se han alegrado muchísimo de vernos y nos gritaban ¡gracias por venir!, valorando el esfuerzo y el gasto añadido que supone venir en avión. Y quiero pensar que el cielo de Madrid también quiso hacer todo lo posible para que estuviéramos a gusto y nos regaló un día de sol y de temperatura veraniega. Las autoridades municipales aportaron su granito de arena al enviar a policías de esos que no generan disturbios, que se ve que haberlos, haylos. Si alguien quiere más información sobre lo que pasó en Madrid este histórico 7 de noviembre, seguro que la prensa ha escrito mucho y ha sacado muchas fotos. A mí no me corresponde hacer un relato completo porque yo estoy emocionada... He conocido a muchas mujeres que llevan años luchando por estar donde estamos y he visto a las jóvenes que están dispuestas a tomar el relevo. Gracias a todos y todas por venir, me han alegrado la mañana violeta. Y, por favor, el 20 de diciembre votemos en consecuencia. Tengamos un año nuevo un poco más justo.