domingo, 30 de marzo de 2014

De lo vintage y lo viejuno

Me he cansado y he quitado por fin la alfombra exmorada y exbonita que había en el pasillo de mi casa. No la había quitado antes para no dejar sin hogar a esa extraña arenilla de color mostaza que vivía en ella. Por eso y porque estaba atornillada al suelo, que supongo que sería una costumbre de la época en que la alfombra era joven y bella. La defenestración de la alfombra (no la he tirado por la ventana, ya quisiera yo; la guardo envuelta en bolsas de basura como si fuera un cadáver del que no sé cómo deshacerme sin alertar al FBI) forma parte de una campaña de modernización de la decoración del piso en el que vivo, seguramente una de las cosas más estériles que he hecho después de apuntarme en clases de guitarra o comprarme un disco duro externo para tener todo más ordenado. 

Los que presumen de malasañismo ilustrado siempre viven en un-piso-muy-luminoso, pequeño-pero-coqueto, que en realidad son casas que se caen un poco a cachos, que combinan muebles baratos (mención especial del jurado a esa lámpara de pie de Ikea que parece una crisálida de mariposa) con algún trasto descolorido y renqueante que siempre puedes decir que compraste en un mercadillo. La guinda hipster es tener un balcón lleno de plantas donde guardas la bici (es importante que en una de las macetas haya uno de esos farolillos de papel con los colores del arco iris; así se distingue desde la calle tu actitud ante la vida).

Pero si en tu piso hubiera muebles de formica y algún objeto de ese color verde-taburete-octogenario-rural-español, ya no puedes acogerte a la etiqueta vintage y solo puedes decir que eres kitsch, que es como decir que eres viejuno pero queriendo. Para solucionarlo, lo único que puedes hacer es empeorar la situación: añade alguna cortina de ganchillo y alguna figura fea (también se acepta el lo compré en un mercadillo, mejor aun si es un mercadillo de Londres, y mejor aun si es Camden) y ya tienes tu maravilloso piso feo-porque-quiero.

Mi teoría es que cuando tienes una casa viejuna y la mantienes relativamente limpia y ordenada, nunca tendrás la casa bohemia e instagramera que crees tener, sino un piso de abuela donde has puesto un par de posters y un router. La clave está en tenerlo todo lleno de colillas, ropa usada y libros abiertos, alguna botella vacía y una guitarra en el suelo, como si compartieras piso con Annie Hall y Janis Joplin y fueras tan intelectual que no puedes permitirte poner la lavadora. El problema es que si me decido por esta última opción quizás muera joven, soportando la triste ironía de que mi vida fuera mucho más corta que la de mi silla de formica.  

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