Mi amiga Gara, por su cumpleaños, solo quería un regalo: un póster de Hypatia de Alejandría. Sé que lo hace sinceramente, que no es un "no hace falta que me compres nada caro", que cuando dice que quiere este póster es porque en sus noches insomnes, estudiando Historia con un afán que le envidio, le verá la cara a Hypatia (1), le sonreirá con complicidad, y Gara sabrá (si es que no lo sabe ya) que tiene que seguir adelante porque la ciencia le espera.
A Gara la conocí hace tantos años que sería imposible saber cuándo nos vimos por primera vez. Y la admiro, la admiro más que a Hypatia. Gara y yo jugábamos a bautizar a los gatos en la acequia, a rellenar globos con agua (2) y tirarlos por la ventana del piso de arriba, y a imitar el baile de las Spice Girls a ritmo de patada voladora y de ichuwanabimailova. Intelectuales, lo que se dice intelectuales, no éramos. A esa edad, Hypatia ya estaría escribiendo la Geometría de las Crónicas de Apolonio.
Tanto una como la otra son inteligentes, vaya que si lo son. Y han tenido una familia que les ha inculcado desde muy pequeñas el valor de pensar por una misma, de no hacer siempre "lo que se debe". Gara es sin duda alguna la persona más fuerte y valiente que conozco, tiene una inmensa capacidad de observación, de razonamiento y de constante reinvención. Es la que siempre te da el mejor consejo, la que te mira a los ojos y te dice "¿es lo que tú quieres? pues adelante". La inteligencia emocional es la más preciada de las inteligencias, la más difícil de poner práctica, y en eso Garita de Alejandría sabe más del funcionamiento del universo que la mismísima Hypatia.
No sé si las amigas de Hypatia, si las tenía, le dijeron alguna vez lo mucho que valía y lo cerca que tenía las estrellas. Por si acaso, para no dar nada por supuesto, lo dejo aquí patente para el día de mañana, cuando Gara rescate los pergaminos de esta ciudad en llamas.
(1) A Rachel Weisz en su defecto.
(2) ¿Eran globos?