domingo, 7 de abril de 2013

Intolerancia a la intolerancia


Hay quien me ha dicho que mi blog es de humor, y no sé si estoy de acuerdo. Los demás suelen juzgarnos mejor que nosotros mismos, por aquello de ver las cosas con perspectiva, pero en este caso disiento. Esto es un blog de obsesiones (no confundir con perversiones), una terapia gratuita que consiste en dedicarle media tarde a un pensamiento que te ronda la cabeza, ponerlo por escrito, ordenar el texto y al final de la sesión percatarte de que ahora la idea está también más ordenada en tu cabeza. Entre tú y yo: normalmente cuando termino de escribir ya no estoy al cien por cien de acuerdo con la opinión que expresé. Es lo que tiene el pensamiento crítico (y mira que está infravalorado).

Una de las obsesiones que me rondan la cabeza hasta rozar los límites de la migraña es la intolerancia que siento hacia la intolerancia. Sigo sin saber si en este caso la doble negación equivale a afirmación, esto es, si ser intolerante con los intolerantes equivale a ser tolerante, o, por el contrario y para mi desgracia, es una forma más de soberbia intransigencia. Y creo que no es la primera vez que escribo algo sobre esto, pero de un tiempo a esta parte noto que mi intolerancia al cuadrado va en aumento. Lo siento, no me sé reír de un chiste sexista, ni homófobo, ni racista. Y no es por nada... es que no me hace ni puñetera gracia.

Hace unos días tuve la desgracia ocasión de ver un capítulo de la serie Dos hombres y medio del que extraje la siguiente lectura: las mujeres que plantan cara a un hombre que les hace daño están amargadas porque ningún caballero las ha tratado con suficiente halago. Por suerte, ahí estaba el imbécil de Charlie Sheen (perdón, su personaje) para soltarles cuatro piropos y de este modo subirles la autoestima y hacerles ver que no tenían razón. Es lo que en coloquio de barra de bar se viene conociendo como: a esta lo que le hace falta es un buen...

También viene sucediendo últimamente que la página de inicio de Facebook está repleta de publicaciones y enlaces recomendados con contenido que no solo no me hace gracia sino que me parece absolutamente despreciable. Concretamente, una página sobre convocatorias de becas, que siempre he considerado muy completa y muy útil, lleva un tiempo luciéndose con comentarios del tipo ¿no crees que esta beca es un derroche innecesario de dinero? No hace falta decir que era una beca de humanidades (ya he dicho que el pensamiento crítico está infravalorado). Sobre este desprecio existente hacia las ciencias humanas y sociales mejor no empiezo a hablar, porque esa obsesión se merece un post propio. El caso es que esta página sobre becas hoy se ha levantado con el sorprendente hallazgo de que hay becas solo para mujeres, y no sé si pretendían hacer un chiste (es que no lo pillo) o si de verdad estaban indignados porque no haya becas solo para hombres. Afortunadamente para mi migraña, otros intolerantes a la intolerancia se despiertan temprano los domingos y se encargaron de acercar a los administradores de la página hacia el concepto de discriminación positiva: ayudar a determinados grupos sociales a integrarse en determinadas áreas de las que se les ha excluido sistemáticamente (claro que estas cosas nos las enseñan en las despilfarradoras facultades de letras). O lo que es lo mismo, promover becas solo para hombres sería tan ridículo como promover ayudas solo para ricos... (me dicen por el pinganillo que esto último hay gobiernos que lo hacen).

Quizás es que ser ignorante de tu ignorancia equivale a ser sabio para opinar sobre todo lo habido y por haber. Otro día les hablaré del estudiante de Química que me dijo que Alfonso X el Sabio escribía en provenzal.

Esto no es un llamamiento al buenrollismo ni a la paz mundial: es un llamamiento a la coherencia con tus ideas.

Buff... ya me auto-psicoanalicé, lo siento, Freud.