viernes, 1 de febrero de 2013

La coherencia

- Hombreeee, ¿qué tal? ¿cómo te va todo?
- Bueno, ahí vamos... ¿y usted?
- Nah, aquí tomándome mi cafetito y leyendo el periódico, como todos los jubilados... hay que ver cómo está la cosa, ¿eh? ¿has visto lo del Bárcenas?
- Esto ya no tiene arreglo... a mí me han echao y me tengo que ir
- ¿Cómo?
- Que me vuelvo al pueblo, que no me queda un duro para vivir en Madrid y en la casa de mis padres no pago alquiler...
- Vaya, hombre, por dios, ¡cuánto lo siento! ¿y en América no está mejor la cosa?
- Sí, eso estoy pensando, en ahorrar dinero para el billete y buscar trabajo en América... ¡allí sí que viven bien!... en Argentina hay muchísimo trabajo y pagan bien
- Eso dicen... y en Brasil
- Sí, sí, allí encuentro trabajo de lo mío... pero seguro, vamos
- Claro, hombre, anímate, no tienes nada que perder, vete al pueblo y te lo piensas. Dale recuerdos a tus abuelos.

Mientras tanto, en la barra del mismo bar de la periferia madrileña, el propietario del local (fiel devoto de la filosofía de vida mauriciocolmenereniana) reprende públicamente a su camarera sudamericana por haber tardado demasiado tiempo en servir, ella sola, a los veinte clientes que habíamos varado en semejante lugar. De todos es sabido que el pequeño empresario intolerante español, palillo en boca, solo puede desempeñar la más importante de las tareas: cobrar. Porque solo él y su palillo pueden acercarse a la caja registradora. Nadie en su sano juicio pretendería que él atienda a los dos albañiles rumanos que esperan desde hace diez minutos por su almuerzo de menú.

Mientras tanto, en la pantalla del televisor, un señor con traje y corbata hablaba sobre lo absolutamente descabellado que sería pensar que el otro señor de traje y corbata haya blanqueado millones gracias a la ley que aprobó el otro señor de traje y corbata. También la señora repeinada de chaqueta impoluta defendía la absoluta seriedad de su clan, compuesto por otros tantos señores de traje y corbata y numerosas señoras repeinadas con chaqueta impoluta.

Mientras tanto, los dos albañiles rumanos seguían esperando por su menú.

Mientras tanto, el joven del pueblo volvía a su casa pensando en ese paraíso laboral que es América, soñando con un trabajo bien pagado, con ahorrar para una vivienda propia.

Mientras tanto, en algún lugar de América, los familiares de la camarera recibirían un sobre con dinero desde España.

Mientras tanto, en algún lugar de la calle Génova, algún rancio español (esta vez sin palillo) reprendería en privado a otro señor de chaqueta y corbata por haber recibido un sobre con dinero.

Mientras tanto, el jubilado se acaba el cafetito, deja un euro en la mesa, y se va del bar resoplando con su periódico bajo el brazo, enfadado, cansado, desilusionado.

Y lo más curioso de todo es que no bajó el telón, no apareció ningún personaje que humillara a los malvados y reestableciera la dignidad del héroe honrado, no hubo ninguna moraleja, ni un pareado final. Ningún periodista corrió a interrogar a los actores sobre las inquietudes de su personaje, sobre las razones que le llevan a su comportamiento. A nadie le pareció que aquello fuera una excelente representación de la incoherencia humana.

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