lunes, 28 de enero de 2013

Analogías, tuberías y voces en off

De las series americanas siempre me ha fascinado (bueno, en realidad me fascinan muchas cosas, este apartado sería interminable) esa increíble serie de casualidades espacio-temporales que propician que el protagonista tenga dos problemas al mismo tiempo, uno más terrenal y otro más existencial, que se desarrollan paralelamente y se resuelven de manera análoga. Lo bueno de tener los conflictos por parejas metafóricas es que una frase casual, surgida en una conversación espontánea, del tipo "en el fondo siempre ha estado ahí", "para eso están los amigos", "lo importante es que tú te lo creas", hace que a nuestro héroe se le ilumine la cara, salga del bar de abajo donde siempre está con los amigos (o del despacho de Wilson) y corra despavorido a solventar el más terrenal de los problemas: el paciente con lupus, la chica enfadada, la bronca del jefe. Al final del capítulo, esta vez con música de fondo y una voz en off con tintes Tedmosbianos, aplica la misma afirmación al sentimiento de fracaso, de desamor, de desesperanza, y este otro problema más trascendente queda aparentemente resuelto (hasta el próximo episodio, porque, esa es otra, los americanos tienen problemas episódicos y desencadenan el nudo y el desenlace en lo que tú y yo seguiríamos atascados en nuestra mierda de conflicto). En el caso de Carrie Bradshaw el proceso resulta infinitamente más cómico porque de un conflicto "mundano" como puede ser perder unos Manolos se desencadena una reflexión vital (escrita a ordenador mirando por la ventana, eso siempre) sobre la discriminación hacia las solteras y la tiranía de las amigas casadas.

Todo esto viene porque tengo la sospecha de que mis problemas no funcionan por parejas metafóricas, y como tengo el portátil debajo de la ventana, a veces escribo mirando hacia fuera y me sobreviene la tentación de metaforizar mis conflictos mundanos y que mi voz en off cierre el capítulo con una reflexión existencial extrapolable a mi generación. Y me puse a pensar y estuve a punto de hablar de un bote sifónico sentimental: ya sabes, cuando se atasca una tubería, la limpias como buenamente puedes, echas bicarbonato, vinagre, Cillit Bang y todo lo que digan los foros de Internet, y finalmente descubres que el atasco está medio metro más abajo, en el bote sifónico. Al llegar a semejante resolución de conflicto, si me llamara Carrie y viviera en la Tercera con Madison, torcería la cara hacia un lado y hablaría de esas desilusiones que parecen borradas de nuestra mente y que en realidad siguen atascadas unos centímetros más abajo, en nuestro bote sifónico sentimental. Pero como mis amigos no están en al bar de abajo, ni Wilson está en su despacho, ni se me ocurre cómo forzar la situación para encontrarle un final medianamente coherente a esto, concluyo que, desde mi humilde punto de vista, los problemas no vienen por parejas análogas, ni se resuelven gracias a una frase casual, ni son tan fácilmente extrapolables a nuestra desorientada generación.
Y lo digo con música de fondo, torciendo la cabeza y mirando por la ventana.

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